El resto

 

Este cuento no es algo excepcional ni nada así, pero por algún motivo tengo un apego hacia el. No recuerdo bien dónde lo encontré la primera vez, pero hay algo en el que me hace conservarlo y re publicarlo.

Debe ser por ese trozo de adolescente que aun llevo dentro de mi y que aun la vida no me ha logrado extirpar.

 

Queremos el Resto

Escrito por Gabriel Castro Rodríguez y publicado por mi en Mayo del 2007 en Selecciones… Lo mejor de nuestras redes

por Gabriel Castro Rodríguez

para Guk, el camello declarado indeseable.

—Es como si de pronto te dijeran que tienes un tumor. Un cáncer. Y entonces tú te pones a pensar si realmente eso es lo malo en tu cuerpo o es el resto, lo que llaman “sano”, el sector que hay que extirpar.

—Ah, claro. Le pasan a tu familia un frasco con el tumor y le dicen: “Le extirpamos el resto. Lo salvamos”.

—Si, y el tumor comienza a crecer y destapa solo el frasco y comienza a caminar por la casa. Silba una canción bonita y hurga en las ollas preguntando que es eso de tan rico olor que se cocina hoy.

Y entonces mi familia me empieza a mirar con curiosidad y nace un nuevo y mejor afecto. Ahora resulto ser más agradable. Bueno, el aspecto es francamente asqueroso, como una pesadilla. Pero el resto, el halo, el aura, es delicioso. Soy simpático, gentil y bondadoso. Lejos quedaron mis malhumores, mis rabietas. Soy más simple y generoso. La vida, con lo que resultó de la operación, se hace mas fácil para mi y para el resto. Pasados un par de días, mis hermanos y mis padres me abrazan con amor. Mis futuros suegros me traen flores y me felicitan por mi recuperación. Vienen un par de periodistas para hacerme una entrevista y me muestran una carta del director de su diario en la cual me dice que le gustaría que yo escribiese una columna de servicio público e interés general. Inclusive es posible que financie una publicación de mis poemas. Entonces yo le envío al director, con los periodistas, una carta muy afectuosa en la cual le explico que he tirado a la basura todo lo que había escrito antes de la operación y que próximamente me pondré a escribir, si me alcanza el tiempo, nuevos poemas que me encantaría publicar.

—Es una historia magnifica. Sigue, por favor.

—Resulto ser un héroe respetado por mi bondad, y se habla incluso de una visita a ver al Papa. Mis viejos amigos, entre los cuales estas tú, me vienen a ver y me miran con desconfianza al ofrecerme tragos y cigarros que yo rechazo con un chiste. Se van luego, dejando la sensación de que no volverán en mucho tiempo más. En la noche medito al respecto y pienso en la actitud de ustedes y me siento un poco extraño por primera vez. Sin embargo, me levanto a mirar a mis hermanos dormidos y sonrío satisfecho, vuelvo a la cama y abrazo la foto de mi polola, la que dormida en su cama se vuelve hacia mi foto y la abraza con fuerza.

—Esa misma noche muero y voy a un lugar que podría ser donde se juzga a las almas. Con ternura me miran los ángeles y el encargado. El se acerca, me toma por los hombros y me ofrece un paseo entre las nubes para charlar de algo de suma importancia. Me dice que así no se me puede conceder el descanso eterno. Yo le digo con sumo respeto que, a pesar de haber llevado durante casi veinte años una vida egoista, igual me merezco el Paraíso, puesto que en las dos semanas que sobreviví a la operación fui poco menos que un ángel y sentí a Dios muy cerca. El encargado se detiene y me mira de frente sonriéndome con piedad, pero me dice en tono grave:

“Tú eres un tumor, queremos el resto”.

Entonces siento un mareo y todo da vueltas y me esfumo de ese santo lugar y vuelvo a despertar en mi cama.

Me miro al espejo que esta frente a la cama y veo mi aspecto horroroso. Con suma bondad y cariño me dirijo a mi mismo las palabras que aquel ser superior me dijo antes.

En ese mismo instante siento desfallecer y vomito camino al baño. Mis padres y hermanos se despiertan, me van a ver y, como me encuentran muy mal, llaman a los doctores. Al poco rato llegan y me miran por todos lados, buscando una solución para mi extraña anatomía que sucumbe ante la muerte.

—¿Y tu que les dices?

—Les digo que soy un tumor y debo ser extirpado de la vida y que el que debe estar ahí, en ese departamento, es el resto.

—¿Y ellos que te dicen?

—Me encuentran razón y corren a la morgue para preguntar por el cuerpo inerte que estaba adherido al tumor.

Por suerte lo habían guardado para que los alumnos de medicina estudiaran anatomía con él. Vuelan conmigo al hospital. Me aplican una fuerte dosis de alcohol en donde piensan que tengo una vena que conduce a lo que seria mi cerebro y me matan. En cuanto a mi cuerpo, lo reviven con modernas técnicas y al día siguiente estoy consciente.

Despierto en una sala de hospital y, al mover mi brazo izquierdo, sin querer boto un florero con rosas rojas que me había dejado mi polola en la noche. Las flores se esparcen por el suelo, desordenadamente, entre los pedazos de loza mojada.

23-XII-94

 

El cuento pertenece a su autor, por lo tanto los derechos son diferentes al del resto de este sitio. Aquí ha sido reproducido aquí solo a modo de cita.

Fotografía de cabecera (cc) por: paraclafilms