La espera

 

Creo que la parte más atractiva de escribir cuentos es el proceso imaginativo y empático que requiere vivir otras vidas posibles, otros lugares, otras personas, otras formas de pensar, diferentes formas de sentir y sobretodo el tratar de imaginar una vida con otras prioridades.

 

La espera en el recodo

Por J. Cristóbal Juffe V.

Armand subía las escaleras como si se le fuera la vida en ello, peldaño a peldaño, anhelando con todo su corazón alcanzar la torre donde estaba encerrada Therese, pero como siempre, al llegar al recodo y preparar el sable, se detenía súbitamente, al mismo tiempo que Martina posaba una esquela en el borde superior de la página y cerraba el libro, para volver a comenzar desde la primera página al día siguiente.

Cada tarde, al llegar Martina de la escuela, Armand volvía a ver a Therese por primera vez, a sentir su perfume, a imaginarla sabiéndola inalcanzable, a conocerla a escondidas de su familia, a horrorizarse frente a su destino implacable, a soñar con salvarla de la muerte segura, a animarse a subir la torre guiado por los ojos de Martina, que palabra a palabra lo llevaban hasta el borde mismo del éxito para quedar detenido nuevamente en el recodo.

Martina cerraba el libro y partía corriendo a tomar la once, mientras se repetía otra vez, casi siempre a si misma y algunas veces a su madre: “No me quitarán a Armand”, porque desde su interior -quizás desde una incipiente intuición femenina- sabía que Armand, al entrar a la torre, sufriría de un final trágico, como el de Dimitri, que fue degollado por un pirata; el de Vincent que valientemente optó por morir ahorcado para llevarse a la tumba el secreto que salvaría la vida de su amada; el de Yves que se desangró al recibir una flecha en el pecho, un mortal proyectil que iba dirigido a la bella doncella que el quería desposar; o el de tantos de sus héroes que terminaban falleciendo – heroicamente, pero falleciendo al fin- en la última página del libro.

No, no le quitarían a Armand, que cada tarde se quedaba congelado en el recodo de la escalera hasta que Martina dormía y en sueños se encontraba con su héroe rescatando a Therese, matando al malvado viejo que su familia había designado como marido. Cada noche Armand salvaba a Therese de mil formas distintas y la tomaba en sus brazos y besaba apasionadamente a una Therese que curiosamente se parecía cada vez más a Martina.

Los años pasaron y Armand seguía en el mismo recodo, ya no todos los días, pero a lo menos una vez por semana, y en las noches volvía a los sueños donde el encuentro ya no eran solo besos, sino noches apasionadas donde la doncella Therese-Martina era tomada por los brazos fuertes de un heroico hombre grande, fuerte y tierno a la vez.

Las visitas de Martina a Armand, y su congelado intento de salvataje, se fueron distanciando cada vez más y ya solo se encontraban una o dos veces al mes, casi secretamente, ya que Martina se avergonzaba bastante de sus deseos en su fantasía infantil.

No pudo evitar la risa, a la mañana de su noche de bodas, cuando al mirar a Patricio, su marido, recordó fugazmente que esa noche había soñado con un Armand-Patricio amando y poseyendo a Therese-Martina en lo alto de una torre.

Solo años después, preparando todo para un cambio de casa (ya necesitaban una pieza más), volvió a encontrar el libro de su soñado Armand, y a pesar del ajetreo del traslado volvieron una vez más a revivir, Martina y Armand, el amor y la lucha por Therese hasta llegar al recodo de la escalera, justo antes de entrar en la torre. Por un momento Martina pensó en seguir, en dejar el marcador a un lado y dar vuelta la hoja en busca del temido y postergado final, pero por respeto a la niña que algún día fue, cerró el libro sin saber que en ese momento estaba matando a Armand, no a manos de una espada, la horca o un flechazo de su enemigo, no una muerte heroica por amor, sino a la insalvable muerte del olvido.

 

 

Fotografía cabecera (cc) por: rafa_castillo