Zugzwang

 

 

En el ajedrez hay una situación poco común que los alemanes, hace casi dos siglos, llamaron Zugzwang. Que viene a ser algo así como “la obligación de mover”, y se refiere a la situación en que cualquier movimiento empeorará la situación actual.

Hubo un tiempo en que yo construía mi mundo solo con palabras, a ese ser que fui ahora lo describo como un gran edificador de castillos en el aire. Creía que las palabras lo eran todo, y que si no lo decía no existía. Una mañana llegó Melina, una niña, que traía de todo, menos palabras.

No es que tuviera una discapacidad o algo así, simplemente no hablaba: No hablaba conmigo.

Yo ejercía el rol de psicólogo forense y tenía que evaluar si había sido víctima de una vulneración de derechos, que era la función principal de mi trabajo, y yo, la recibí en mi sala para niños, con juguetes y mi mejor disposición para escuchar. Pero para escuchar palabras.

En mi rutina lo importante -mi carta de principios- era ser sincero, no tratar a los niños como tontos, ayudarlos a relajarse con juegos y conversaciones para sumergirme en su mundo, conocer sus puntos de vista y sobretodo saber cómo lo estaban pasando en su vida.

Melina debe haber tenido unos ocho o nueve años, era flaquita y pequeña para su edad, entró tímidamente a la sala, pero no tuvo problemas para dejar a su familia afuera. Se sentó en el sillón donde todos los pequeñitos y pequeñitas se sentaban, miro hacía abajo y no dijo ni hizo nada.

Yo, me senté en la silla donde siempre me sentaba y -acostumbrado a la timidez inicial- comencé a contarle lo que hacíamos en ese centro y a preguntarle cosas simples sobre su cotidianidad.

Pero ella no contestó, ni quiso dibujar, ni se movió por la sala para revisar los baúles con juguetes, ni intentó irse, ni me pidió ir al baño, ni nada: Solo se sentó ahí por tres cuartos de hora. A veces miraba hacia abajo y a veces me miraba un ratito.

Yo pensé que estaba nerviosa con la situación, a muchas mujeres les pasa, sobretodo cuando han sido víctimas de agresiones sexuales, que se sienten amenazadas por una presencia masculina, pero no. El nervioso era yo.

Ella estaba tranquila.

Y al terminar le pregunté: ¿Quieres que nos volvamos a ver?

Con movimiento de cabeza y una leve sonrisa expresó que sí.

 

A la semana siguiente, yo tenía preparado todo un arsenal de posibilidades para Melina, como si su silencio fuera mi error, y como si ese error hubiera sido no hacer las acciones suficientes.

Durante toda la segunda sesión Melina no habló, apenas me miró, y yo estuve a punto de reventar de ansiedad, que creía disimular bien.

Al terminar, le pregunte: ¿Te gustó verme hoy? Movió su cabeza afirmativamente e igualmente respondió que quería venir la próxima semana.

Al salir de la sesión, la madre de Melina, que no sabía sobre el silencio de nuestras sesiones, me dice: “La Meli me dijo que lo pasó muy bien la semana pasada con usted, tenía muchas ganas de venir hoy…”

 

Ahí me di cuenta de que el único que lo estaba pasando mal en las sesiones era yo. Que mi único error era tratar de hacer demasiado, de llenar el vacío del silencio con actividades y palabras.

La tercera entrevista fue diferente, no llevé ni actividades, no intenté hacerla hablar. Simplemente guardé silencio y la observé. Ella también me observó. Compartimos cuarenta y cinco minutos de silencio.

Ahí pude realizar mi evaluación -incluso, a pedido de ella tuvimos una cuarta sesión- basado en su inmovilidad (y un montón de otros detalles que no viene al caso) que me llevaron a la conclusión de que se encontraba en una situación compleja.

No tenia información suficiente como para elaborar una prueba y llevar a nadie a juicio, tampoco era lo que me interesaba, pero sabía lo suficiente como para saber que Melina lo estaba pasando mal y que ella y su familia requerían de apoyo.

En ese momento no lo vi así, pero ella estaba en una posición de Zugzwang, una circunstancia en que la mejor opción que tenía era no hacer ningún movimiento, a pesar de las circunstancias la forzaban. Esta es una situación habitual en los casos de vulneraciones de derechos, porque equivocadamente el niño o niña siente que tiene una decisión: “traicionar” a su familia denunciando las agresiones que ha sufrido, terminando con estas pero a su vez “destruyendo” el núcleo familiar, o guardar silencio y ocultar para seguir viviendo las agresiones pero manteniendo la estabilidad familiar.

Por mi parte, mis propios movimientos durante las sesiones empeoraban la situación y demoré un poco en darme cuenta de que la mejor opción, durante las entrevistas, era no hacer ningún movimiento.

 

Fotografía cabecera (cc) por: nestor galina