Dos delitos

 

 

Hace como dos años atrás, en un matrimonio de no sé quién, discutía con un fiscal con un argumento como este, pero que en su momento no supe explicar muy bien, quizás por la exaltación de la discusión, las copas de más y las cumbias de fondo.

 

«Qué es mayor delito, ¿robar un banco o fundar un banco?»

— Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán

Caso uno: Yo compro un teléfono celular, tranquilamente sabiendo que para su fabricación una compañía ha auspiciado a ambos bandos en una guerra en África, para que niños puedan extraer el coltán (esencial para la construcción de algunos componentes electrónicos de los celulares) en condiciones que deteriorarán seriamente su salud para luego salir a modo de contrabando, sin pagar impuestos, rumbo a una fabrica en Indonesia o China ubicada en una zona de excepción de impuestos, es decir un lugar donde las grandes compañías pueden instalarse sin pagar impuestos y con leyes laborales especialmente flexibles. Medidas que son tomadas por los países pobres para atraer a las compañías con la esperanza de que estas se instalen de forma permanente en su país, situación que dura hasta que el estado decide defender mínimamente los derechos de sus trabajadores o simplemente hasta que las condiciones de especulación internacionales provoquen una situación más económica en otro país del tercer mundo.

En esa fabrica las personas trabajan dieciséis horas diarias, ganan un sueldo realmente bajo de manera que para poder enviar dinero a sus familias aceptan vivir dentro de las fabricas en condiciones que normalmente no respetan las mínimas condiciones de seguridad, por lo que hay innumerables casos de fabricas que se han incendiado y donde los empleados han muerto en el interior porque estas se encoraban cerradas con llave. Muchas veces el trabajo es realizado por menores de edad que dejan de ir a la escuela para poder entregar sustento a su familia y comúnmente las protecciones para trabajar con los materiales tóxicos que requiere el ensamblado de un celular simplemente no existe, por lo que esos empleados están reduciendo severamente sus expectativas de vida.

El año pasado fue noticia el hecho de que múltiples empleados de empresas chinas que fabricaban los teléfonos Iphone se habían suicidado, saltando desde las ventanas de la misma fabrica. ¿Cuál fue la solución? Poner barrotes en las ventanas.

El litio para las baterías será comprado a bajo precio sin casi pagar impuestos y royalties porque las empresas se han encargado de comprar a los políticos que hacen leyes especiales para este tipo de explotación.

La fabricación del celular generará desechos altamente tóxicos que serán lanzados al medio ambiente sin el menor tratamiento, contaminando a las comunidades locales y empobreciéndolas aun más, generando más mano de obra barata para el futuro.

Una vez que el teléfono esté listo, atravesará medio planeta, sumado a todo el recorrido que hicieron cada una de sus piezas antes de ser ensambladas, sumando una huella de carbono gigantesca, hasta llegar al local de telefonía, donde un vendedor que trabaja por un sueldo mínimo indigno con horarios de vespertinos y de fin de semana, me entregará gustosamente el aparato que vale más que su sueldo de un mes.

Para conectarme requiero de antenas cercanas, que saturaran de todo tipo de ondas con efectos desconocidos todo el ambiente para que yo tranquilamente pueda escribir esta publicación desde la terraza de mi casa.

Caso dos: Un joven pobre cualquiera, con un padre alcohólico y una madre que trabaja todo el día y todos los días para poder alimentarlo, ha sido criado por su abuela que lo ha cuidado hasta la adolescencia, donde el niño fue más atraído por los amigos de barrio donde fácilmente pudo entrar en el consumo de pasta base, que rápidamente bajó ya su escasa capacidad de concentración por lo que terminó dejando el colegio, donde algunos profesores se sintieron un poco aliviados porque ese niño era un recuerdo diario de su incapacidad de hacer bien su trabajo en las condiciones de las escuelas de este país. Primero fueron cosas en el supermercado, hasta que lo pillaron robando, luego fue la tele de la casa, hasta que lo echaron, ahora fue mi celular en la micro.

Dos situaciones que podrían ser reales o ficticias, que podrían considerarse caricaturas burdas, pero son situaciones que he conocido en carne propia y no son excepcionales, son dos situaciones que conviven en nuestros días.

Uno es tachado por nuestra sociedad como un simple acto de consumo. Incluso es un acto «bueno», es lo que hace funcionar a nuestro país, es lo que hace que el PIB crezca cada año.

El segundo es un delito que algunos dicen que debería ser mayormente castigado… A pesar de que no me ha hecho daño, solo me ha quitado un objeto.

Uno daña a cientos y los condena a una vida de miseria. En este simple acto de comprar un celular he sido cómplice y autor (porque yo soy el que paga) de la destrucción de sociedades enteras en África, de vidas de niños esclavos en las minas, en las fabricas y de una cantidad de contaminación que está causando muertes en el planeta.

El segundo quizás me dará rabia y provocará que la próxima vez evite subirme al transantiago en su hora peak.

Como se pregunta Brech con su frase. ¿Qué es mayor delito?

Eso le preguntaba yo al fiscal de la conversación. ¿Cómo puede tranquilamente mandar a la cárcel a un pobre pelotudo que no ha hecho más que daño material mientras el mismo lleva encima un centenar de «actos de consumo» que son decenas de veces más letales?

No digo que no apliquemos la ley, no veo otro camino por el momento, pero si digo que algo no anda bien.

Fotografía de cabecera (cc) «New Religions» por: Jon Díez Supat